lunes, marzo 26, 2007

Lo que perdura lo fundan los poetas


José Luis Puerto y lo prístino del mundo

Bruno Marcos

Filandón, Diario de León

Domingo 25 de Marzo de 2007


Dice Hölderlin que la razón de ser de la existencia humana es poética, a lo que añade Heidegger que la poesía es la instauración del ser con la palabra.
“¿Qué debe mostrar el hombre? –se pregunta el filósofo alemán-. Su pertenencia a la tierra –contesta-. Esta pertenencia consiste en que el hombre es el heredero y el aprendiz de todas las cosas.” Pero estas cosas están en conflicto. A lo que las mantiene separadas, pero que igualmente las reúne, Hölderlin lo llama intimidad.
En la obra de José Luis Puerto vemos una repristinación del lenguaje que aspira a fundar, en lo poético, lo que de poético tiene la existencia. En su último libro poético, la antología titulada Memoria del Jardín, asistimos a la creación de una voz que va tocando los recuerdos no para añorar solamente el pasado sino para instaurarlos, a través de las palabras, en el tiempo, en lo duradero, asegurando, como Hölderlin, que lo que perdura lo fundan los poetas. Para ello su poesía, desde el principio, se ocupa de lo pequeño, de lo aparentemente insignificante, de lo cotidiano donde precisamente se revela la existencia. Puede tratarse de un poema a una mascota muerta agradeciéndole los buenos ratos que propició, o de ese ritual cotidiano en el que el poeta remueve el café al amanecer usando la misma cucharilla con la que sirvió a sus hijos la papilla; pero no nos engañemos, esta temática no supone una poesía prosaica, vulgar, sino todo lo contrario, es una iluminación atravesada de la pura belleza del lenguaje que permite profundizar en cada momento de la vida, acceder a lo que la experiencia tiene de trascendente.
Decía Baudelaire, tan distinto al poeta que nos ocupa, que lo bello está constituido por un elemento eterno, invariable, cuya cantidad resulta harto difícil determinar, y por un elemento relativo, circunstancial, que será, si se quiere, cada vez o en conjunto, la época, la moda, la moral y la pasión. José Luis Puerto equilibra perfectamente la balanza de la que habla Baudelaire, sabe despojar de lo superfluo para tocar el centro de lo primordial sin, por ello, renunciar al contexto, el aquí y el ahora, que, precisamente, se vuelven los garantes de la autenticidad de su voz. En su caso, al otro lado de la balanza no arroja la moda sino que, ese elemento circunstancial, es lo cotidiano, lo sencillo, lo inmediato.

Apunta Heidegger que esa permanencia que instauran los poetas se hace hacia lo histórico. Este histórico es, para los poetas, una inmanencia que se despliega en una música general. Así, Puerto, comienza un libro de estelas, muy gráficamente en él se habla de piedras grabadas por palabras. La piedra no ha de ser en su imaginario más que el propio lenguaje y sus leyendas también lenguaje, poesía.
Si, como Barthes sostenía, la literatura era más que la obra literaria una noción general de texto como sustancia que flota sobre el lenguaje, esta poesía bien pudiera ser texto que, además de flotar, se ancla fijando ser y tiempo, siendo estela.
Es significativo que ese ser histórico heideggeriano se plasmase certeramente en esas mismas botas viejas que pintara Van Gogh, y que el filósofo describiera en su ensayo El origen de la obra de arte. En un poema de José Luis Puerto titulado Estela para madre que zurce calcañares de calcetines asistimos a esa sensación de presenciar lo prístino, el origen, en una imagen que habría de ser para el poeta comparable a una anunciación de Fray Angélico.
No en vano el tema de la pobreza recorre esta poesía como un atributo colectivo aunque su núcleo sea la interiorización individual. No es sólo la pobreza de unos lo que percibe el lector sino la pobreza como el componente de una ontología. Actúa como herramienta esencializadora y nos permite ver lo que merece ser instaurado mediante el lenguaje. Donde el dinero no interviene nada cambia, permanecen la miseria o el dolor pero además se perpetúa lo esencial, lo puro. Es este uno de los temas más inquietantes de los que pueblan esta poesía. Es inusual, insólito, en nuestros días y en nuestro mundo, poner en valor la pobreza.
No podemos hablar de un costumbrismo rural, de un añoranza nostálgica de la arcadia, ni siquiera de una mitología del origen o de una elegía al uso sino de una instauración del ser en el lenguaje que funde todo eso en la trascendentalidad, constituyendo además así un yo imposible a todo narcisismo, un yo primordial y, por lo tanto, netamente poético, prácticamente clásico. Por todo esto es totalmente lógico que prime en la poesía de José Luis Puerto la adscripción a la infancia, pues es este el periodo en el que se descubre el mundo al tiempo que lo vamos nombrando. Era Juan Ramón Jiménez el que poetizaba cómo, a partir de la contemplación, la realidad entraba en las sílabas que la describen.
No es de extrañar, por tanto, que sea la niñez el espacio de arranque de toda su poesía porque es el espacio de lo prístino, de lo originario, donde la inteligencia sensible, tabla rasa, graba el mundo como si este naciera de nuevo, son las primeras sílabas del mundo con las que la existencia de las cosas, su ser, es soldado a las palabras, a sus nombres. No en vano aquellas enumeraciones de las palabras arcaicas, sus letanías: “...conventino, espeñitas, cirigüeñas, escalerón, esquila, campocasa,...”, como si los nombres fueran sarcófagos, como si las sucesiones fonéticas, a medida que perdían su valor semántico, alejadas de su contexto temporal, cobrasen la musicalidad sacra de lo ido pero que forma parte de lo que ha existido, y, por tanto, de la existencia.
Pero esas letanías son, también, una rebelión identitaria, una defensa de un yo hecho de palabras abolidas, que, junto con esa mirada hacia lo no atendido conforma un aliento social inusual alejado de la crítica estereotipada.

Bruno Marcos: Al leer tu antología he pensado en que se podría relacionar tu obra con el estudio que Heidegger hace sobre Hölderlin. Me gustaría saber si conoces ese opúsculo y si te ha influenciado o te ves reflejado en lo que en él se dice. Se repite en él algo que os he oído a ti y a Antonio Colinas sobre que la poesía es una forma de estar en el mundo.
José Luis Puerto: Sí, es un buen enfoque partir, para hablar de mi escritura, de ese ensayo de Heidegger sobre Hölderlin, que conozco desde mis épocas universitarias. Hölderlin es para mí la imagen más pura y más alta de lo que es ser poeta, es el arquetipo del poeta. Y su intuición en la elegía de "Vino y pan" de que hemos llegado tarde al mundo, cuando los dioses ya se han marchado, creo que nos define muy bien. Pues expresa cabalmente no sólo la tragedia de la contemporaneidad, sino la del hombre también. Y, claro, ser poeta (Antonio Colinas también lo dice) es, antes que otra cosa, un modo de estar en el mundo. Has tenido una extraordinaria intuición al querer partir de ahí para hablar de mi poesía.

B.M.: Creo que tú no recreas el pasado solamente sino que estampas el ser en el tiempo a través del lenguaje, (plásticamente en estelas) de ahí que me acordara de Heidegger.
J.L.P.: Me interesa la perspectiva en la que sitúas mi poesía, porque, efectivamente, no trato de recrear el pasado, sino buscar huellas, señales... de lo vivido que me orienten hacia el territorio del ser (es lo que me gusta llamar la gracia). Aunque tengo, a la vez, un sentimiento continuo de la herida (errancia, exilio, desposesión, repugnancia a todo poder, pero ya desde muchacho...) como algo que percibo abierto en mí y en el mundo... La piedad (el trato adecuado con lo otro, como dice María Zambrano), la ternura... como vías a ese territorio que lo abarca todo: la dignidad (algo por lo que pido cada día a esa divinidad ausente de nuestras perspectivas contemporáneas).

B. M.: Hay otro tema que me inquieta y que aparece en tu obra y que es el de la pobreza. A raíz de las sensaciones que he experimentado en algunos viajes he llegado a pensar que la pobreza es lo que más fascina al hombre occidental, aunque él no se dé cuenta; porque, en ella, se plasma la fijación del lugar y del tiempo, ya que allí donde se instaura la pobreza nada cambia. Parece como si esa estabilidad fijase nuestra mirada. Reconocemos la pobreza, aunque sea inconscientemente, con un aparente rechazo, como algo positivo. Y, luego, está esa extraña felicidad que no entendemos, por ejemplo, entre los pobres de India. Pienso que, tal vez, algo de esto se pueda trasladar a tu obra como fijación del mundo aunque creo que, claro, hay otros componentes.J.L.P.: Me planteas algo, el motivo de la pobreza, que es uno de los hilos que siempre está en mi poesía. No la entiendo -como puede ocurrir desde la perspectiva occidental, en su mirada al llamado tercer mundo- como fijación de la realidad, del mundo. Sería muy largo de perfilar, para darte la que puede ser mi posición respecto a ella, te diré que antes de nada, es para mí un sentir que me acompaña desde niño y que parte de una realidad vivida. Se encuentra, por tanto, antes de cualquier racionalización, es algo previo, que está en un sustrato muy hondo de mi psique. Luego, en elaboraciones pausadas, donde ya interviene el pensar, la he ido viendo como algo positivo, porque me he ido dando cuenta de que se encuentra en la constelación de elementos que me interesan mucho: la esencialidad, el despojamiento, la desnudez, el silencio, el recogimiento... Y aquí sí que entonces tiene un punto también de rebeldía frente a la lógica capitalista occidental que se impone casi desde los inicios del mundo moderno. Calvino define y pregona al hombre como productor (la ética protestante, que es la ética del capitalismo). Y, frente a esa lógica, llega Miguel de Molinos (termina siendo víctima de todo tipo de inquisiciones) un poco después y dice justamente lo contrario: el quietismo, es decir, el hombre como contemplador. Y, en todo ese magma constelado, se incrusta mi visión de la pobreza. No sé si todo esto te arroja alguna luz o no. Nunca se me hubiera ocurrido entenderla como fijación del mundo; eso para mí sería como negarla. Pero aparece en mi escritura porque es un sentir que sigue encendido en mi interioridad. Es una presencia...

B. M.: Quizá sea tan sólo una experiencia personal mía, pero cuando visité Benarés tuve unas sensaciones que rozaban lo intolerable para cualquier sensibilidad por embrutecida que estuviera: procesiones de leprosos en distintos puntos de descomposición que salían de las callejuelas para seguirnos implorando limosna, mendigos de todo tipo, personas con malformaciones impensables, ancianos esperando la muerte para morir en el Ganges y romper el ciclo de las reencarnaciones, santones que vivían desnudos, cadáveres ardiendo, y, entre todo eso, una fuerte sensación no sé si de belleza o de autenticidad, o no sé si, quizás, un sentimiento de lo histórico en el presente, una perpetuación que acabé por achacar a la pobreza, a que nada cambiaba allí porque no intervenía el dinero como aquí cambiándolo todo. Efectivamente, como bien dices, la pobreza esencializadora, yo la veo además perpetuadora de una realidad igual a sí misma, como si ese Benarés fuera igual al de hace mil, dos mil años, porque no hay dinero para cambiarlo. Es como si yo viera que, de entre todo lo malo que tiene la pobreza, sobresaliera algo positivo: esa capacidad para retener, fijar el tiempo, instaurar el espacio, aunque este espacio sea degradante, horrible, en un mundo en el que, si hay dinero, todo cambia, nada permanece. Por eso que, al igual que tu poesía grabara el pasado en lenguaje, pensé que pudiera ser la pobreza precisamente una herramienta esencializadora que muestra -y permite que se dé- lo digno de ser perpetuado: la dignidad del ser.J.L.P.: Sí, es un tema delicado el de la pobreza y tiene muchísimos matices. Laperspectiva que tú me das, a partir de tu visita a Benarés, me sorprende,pues nunca había hecho una reflexión desde ese lado, que me parece lúcidoy de un gran interés, ya que percibo a través de él un enfoque que tambiénhay que tener en cuenta.

B. M.: Veo en tu poesía una dimensión social totalmente novedosa ya que carece de maniqueísmo, de ese planteamiento estereotipado en el que la poesía social muestra lo evidente en una sociedad donde la crítica está presente en distintos ámbitos. La veo en las letanías de nombres, en las huellas del pasado en las que fijas la mirada, en lo minúsculo de los temas, incluso en el paisaje...
J.L.P.: La dimensión social está siempre en mi poesía, sí, expresada de muy distintos modos. Y es fruto de mi posición humana ante la vida. Y de una apuesta antigua por los humildes, por los desheredados, en los que siempre descubro la verdad más hermosa del existir. Hago míos, desde hace mucho tiempo, esos versos de José Martí, que forman parte de la letra de "Guantanamera": "Con los pobres de la tierra / quiero yo mi suerte echar". Es una dimensión que se afianza cada vez más en mí. Pero se configura más como una posición moral, que como una postura política (que no me interesa), pues excluyo de mi perspectiva humana y creativa cualquier tipo de sectarismo. Mi postura ante los seres humanos es siempre de aspiración a la comunión, algo que expresan muy bien estos versos de César Vallejo, en el poema "Masa": "Entonces, todos los hombres de la tierra / le rodearon; les vio el cadáver triste, emocionado;/ incorporóse lentamente, / abrazó al primer hombre; echóse a andar...".

B.M.: Tu poesía está atravesada por un sentimiento de pérdida, además de otro que presenta una marginalidad respecto a lo que se considera digno de constituir lo histórico, lo que ha de trascender en el tiempo; pero, por otro lado, percibo una sensación paralela de felicidad más allá del propio placer que produce la belleza del lenguaje. Creo que me refiero a esa “posición interior”, ese “quietismo”, esa “gracia”. ¿Es posible una poesía de la felicidad?
J.L.P.: Hay conciencia de la pérdida, sí; pero deriva de otro tipo de conciencia, que es la de los dones: eso con lo que nos encontramos al venir al mundo, tanto dentro de nosotros, como en los ámbitos que nos toca vivir. Y de esa conciencia de los dones, nace el sentimiento de plenitud, que creo que también atraviesa mi escritura. Es esa sensación de felicidad de la que hablas; la provocan los dones, o la gracia, o el fervor, o el entusiasmo, que surge de nuestro interior, cuando percibimos que en lo poco, que en lo humilde, que en lo más inesperado, está lo más hermoso, ¡tan a nuestro alcance! El problema es que lo desechamos y lo profanamos. De ahí esa atención a lo pequeño, a los márgenes, a lo que puede pasar desapercibido..., que hay en mis versos. Eso que está más en la intrahistoria que en la historia. Y eso -ahora que se cumplen cuarenta años de su muerte- lo aprendí ya desde muy pronto en uno de mis maestros: Azorín. En definitiva, conviven en mi escritura, como también en mí, la elegía (herida, pérdida...) y la celebración (canto, alegría, felicidad, como tú dices). Desde niño, tengo la sensación de que la vida tendría que ser un itinerario por el paraíso (yo lo llamo jardín), que es a lo que estamos llamados. Pero ésa es la máxima profanación que sufrimos todos. ¡Y el ángel benjaminiano de la historia no puede detener su vuelo! Pero sueño con el momento de la salvación de los derrotados, de los inocentes, de los que se quedaron por el camino. Es el sueño más hermoso que tengo.

B.M.: Me gustaría que hablases un poco de cómo afrontas un mundo tan entregado al espectáculo como es el nuestro. Alguna vez hemos hablado de que preferimos que la poesía permanezca en las catacumbas. La gran mayoría de las artes plásticas se han incorporado al repertorio de actividades fungibles como ocio sin trascendencia. ¿Crees que la poesía acabe por agregarse a la industria cultural?
J.L.P: Uno de los aspectos más desagradables de la cultura y de la creación de nuestro tiempo es el proceso de teatralización a que está sometida. Todo es una pura "vanitas", un insoportable mercadeo, un "hit-parade" falso, una jerarquización que nada tiene que ver con el hecho creador ni con la elaboración de ese sustrato del espíritu que el ser humano necesita. Yo prefiero la vía interior. Y creo que es la mejor para la poesía; como, efectivamente, hemos comentado en nuestras conversaciones. Porque la poesía tiene lectores, no público, como creo que decía mi admirado Francisco Brines. Y eso es lo bueno, ese encuentro del lector que recrea la creación verbal y le da validez, porque es entonces cuando se produce esa expansión de las ondas a partir del centro. Y acaso la más notable condición del lector de poesía es la fidelidad, una fidelidad expansiva, que va ganando, por mecanismos misteriosos, a esa minoría de seres humanos que, en cada generación, sostiene el sentido del mundo. Con eso me conformo. Y creo que no es poco.